por Ernesto Soltero
Guillaume Humery (Yom) y Baptiste-Florian son dos músicos muy conocidos en su Francia natal. Han desafiado convencionalismos estéticos en un país en el cual, desde mediados del siglo XX, el academicismo se volvió campo de experimentación sonora. El primero, un clarinetista caracterizado por unir culturas con su instrumento. El segundo, un organista con buena fama de improvisador. Yom tiene tiempo uniendo la tradición klezmer con otros sonidos del oriente, medio y lejano. En esta ocasión se une a un reputado compositor y ejecutante de los teclados.
En un mundo en el cual géneros como el reggaeton y el trap se han difundido como el virus, hasta el punto de convertirse en una fórmula segura y predecible usada por artistas de otros géneros, parece no haber espacio para álbumes instrumentales hechos sólo para la escucha. Pero este tipo de trabajos, sobretodo cuando son arriesgados, son atemporales, y representan un oasis para quienes buscan escapar de estilos tan rutinarios.
Prière (Plegaria) es un disco que parece evocar (sin ser una repetición) los mejores momentos de la tradición sinfónica, con el valor añadido de la espontaneidad. Nunca pudimos oir a Bach interpretar sus fugas con un órgano, pero podemos estar agradecidos de poder oír al mismísimo Baptiste de tocar sus propias composiciones. En esta ocasión el organista no crea las piezas, se limita a un papel más "discreto", como acompañante de Yom, pero ¡Vaya acompañante!
Ambos artistas nos hacen viajar por distintos territorios emocionales. De la tranquilidad podemos pasar a la ansiedad sólo porque varían la intensidad de su interpretación. A veces nos preguntamos ¿Qué podrían hacer ambos si cambiaran esos teclados de iglesia por sintetizadores analógicos? Pero luego la interrogante cambia ¿Necesita esta gente sintetizadores analógicos, digitales o de cualquier tipo? En el track 8 (Meditation 2) Yom emite una escala de notas de forma rápida y repetitiva, logrando emular el sonido (no sabemos si adrede) de un arpegiador electrónico.
Como toda sinfonía, es un pecado escuchar las piezas por separado. Es un trabajo para escuchar de principio a fin. Digno de ser oido con atención (si se interpreta en vivo) en algún auditorio. El climax de la pieza final obliga a la ovación de pie.
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