Hace más de ocho décadas ocurrió un hecho que cambió, para siempre, la historia de la música de Venezuela: Luis María Frómeta, mejor conocido como Billo, llegaba con su orquesta desde Santo Domingo, para convertirse en otro ciudadano ilustre de nuestro país.
Luis María y su orquesta, que tras varios nombres adquiriría la denominación definitiva de Billo´s Caracas Boys, traía la música afrocaribeña, principalmente cubana y dominicana, a Venezuela. Géneros como el merengue y el son cubano, previamente, habían adquirido algo más de riqueza sonora, gracias a la influencia del jazz, en plena época de las grandes bandas.
A estas influencias Billo
agregaría otros géneros bailables, como la cumbia colombiana, e incluso, el
pasodoble español. Estilos extranjeros los cuales, a partir de entonces,
comenzaríamos a asociar no sólo con Caracas, si no con una época en la cual el
país comenzaba, tras la muerte del dictador Gómez, a modernizarse.
Jazz
en homenaje al Caribe
¿Es la música de Billo, y de
las grandes orquestas bailables, el sonido de una época reciente que ya fue? La
muerte de Frómeta a finales de los ´80, y el nacimiento de nuevos estilos
bailables electrónicos como el techno merengue
cambiaron un poco los hábitos del público, hasta llegar hoy al omnipresente
reggaetón.
Por otro lado, el jazz,
desde una óptica menos comercial, apostaba ya, desde los años ´40, a una
instrumentación menos pomposa.
Pero existen artistas
empeñados en preservar (o rescatar) ciertas tradiciones. Uno de ellos es Andy
Durán, uno de los máximos exponentes del latin jazz en Venezuela, cuya carrera
comienza formalmente a mediados de los ´80. Un enamorado de la música
afrocaribe, y también del jazz clásico , con una formación
académica que no niega lo popular. Un posible heredero del maestro Frómeta.
Homenaje
a Frómeta, y a Caracas
Desde hace unos cuantos años
Andy Durán ha incluido en su repertorio temas clásicos de la Billo´s Caracas
Boys, convirtiendo a esta orquesta, junto a grandes como Mongo Santamaría o la
Fania en uno de sus homenajeados habituales. Al maestro Frómeta le
dedicó, de hecho, una placa discográfica titulada Fiesta con Billo.
No
es de extrañar entonces que, sobre todo en épocas especiales, Andy Durán monte
un repertorio en vivo con los temas más recordados de la célebre orquesta
capitalina. Un repertorio bastante amplio, con canciones que servirían para
grabar (de nuevo) bastantes discos repletos de éxitos.
¿Y
qué otras fechas, aparte de diciembre, pueden ser ideales para interpretar,
nuevamente, el repertorio de la Billo´s? El aniversario de la capital
de Venezuela, la misma ciudad vieja a la cual
Frómeta le escribió una canción, y que ya había cambiado, considerablemente, en los tiempos de Isidoro, el cochero al cual el maestro Frómeta le dedicó otra de
sus piezas.
20 de julio: cumpleaños adelantado
El tributo a Billo´s se
llevó a cabo el 20 de julio, y no el 25, lo cual hubiese sido lo más
idóneo. Por ello, cinco días antes, la ciudad celebraba su cumpleaños al ritmo
de merengues, cumbias, guarachas y hasta joropos, en la sala cultural B.O.D.
La distribución de los
músicos, con sus secciones de metales y percusión, su pianista y su
contrabajista, con sus vocalistas, y el maestro Andy Durán en el centro, nos
hacía recordar épocas pasadas donde era prácticamente imposible ir a una fiesta
bailable sin mover los pies al compás de una orquesta.
Así se bailabla antes de que
existieran las discotecas, y antes de que los Dj´s crearan, mediante la mezcla
de acetatos, esos popurrís musicales llamados “megamix”, similar estos últimos, pese a las
diferencias técnicas , a lo que Billo bautizó , a partir de 1949, como
“mosaicos”.
La oportunidad de apreciar
este tipo de arreglos en un auditorio hace que nos demos cuenta de su calidad. Si una pieza musical bailable no nos
aburre al estar sentados, si nos deslumbramos con la clase con que se ejecutan,
la conexión es evidente. Existe además una comunicación verbal donde las
anécdotas y los chistes rompen un poco esa barrera entre los artistas y la
audiencia.
De
la escucha pasiva al baile activo
A pesar de la calidad de la
música, el público no pudo resistir el impulso de danzar canciones hechas para
la fiesta. Todo comenzó con un par de parejas que rompieron el hielo y se atrevieron a mover el cuerpo, mientras otros, más tímidos, se conformaban con menear los pies. De vez en cuando el maestro Andy Durán se salía del protocolo, y
dejaba de dirigir a su agrupación para bailar o acercarse a los músicos, buscando
la complicidad de los asistentes.
Los integrantes de la
sección de canto, mientras tanto, se metían a la audiencia en el bolsillo. Juan
Manuel Blanco, experto en Billo´s se mostró más extrovertido. El joven Reinaldo
García, más callado, fue bastante aplaudido al interpretar un bolero el cual,
según entendimos, es su debut como cantante solista dentro del grupo. Por
otro lado, los cantantes Juan José Hernández (el indio) y Jonathan Medina
también hicieron un trabajo destacable.
Cuando todo parecía perfecto, apareció la vocalista Lala Morales, hija del también homenajeado Memo Morales, quien llamó la atención tanto por su apariencia física y su elegancia como por su talento interpretativo. Una verdadera diva, como sacada de los años ´50.
Cuando todo parecía perfecto, apareció la vocalista Lala Morales, hija del también homenajeado Memo Morales, quien llamó la atención tanto por su apariencia física y su elegancia como por su talento interpretativo. Una verdadera diva, como sacada de los años ´50.
Se tocó de todo. Canciones
cuyo título ya nos hablan de homenajear a la “sultana del Ávila”, tales como el Canto a
Caracas, pasodobles como Ni se compra ni se vende hasta temas como la guaracha Juanita Bonita (inmortalizadas por el gran Memo Morales) sin
descartar conocidos merengues como Apretaíto o el Tema de Los Melódicos,
compuesto por Luis María Frómeta para una agrupación la cual, lejos de ser su rival era, en realidad, una de sus hijas.
Los asistentes poco a poco se fueron soltando, y llegó el momento en el cual el auditorio parecía una sala de baile cuyas butacas, atravesadas, estaban de sobra. Y como sucede en todos los buenos recitales, el público terminó pidiendo más.
Los asistentes poco a poco se fueron soltando, y llegó el momento en el cual el auditorio parecía una sala de baile cuyas butacas, atravesadas, estaban de sobra. Y como sucede en todos los buenos recitales, el público terminó pidiendo más.
Dos horas en las cuáles se
disfrutó de buena música, al estilo de la Caracas de antaño, demostrando que,
pese a la tecnología, sigue habiendo espacio para canciones bailables con sabor
a rockola.
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