El pasado 22 de mayo Caracas fue testigo de la tercera edición de este festival emergente dónde lo visual es tan importante como lo musical.
Luego de dos ediciones, con una primera presentación totalmente virtual y otra presencial en la occidental Maracaibo, teníamos muy altas expectativas respecto a la tercera entrega del Festival FERNE.
En esta ocasión la cita sería en Caracas, en el Centro de Arte Los Galpones, y presentaría un cartel lleno de propuestas innovadoras, incluyendo unas cuantas de factura internacional.
En el caso de Venezuela, ya
estábamos familiarizados con los trabajos de Washé (Carlos Conde) y Frontierizo
(Enrique Rincón), a quiénes conocimos hace algunos años por su trabajo con
EtnoE3 (Etno-eclectic trío) junto a Miguel Noya.
El nombre de estos músicos marabinos, a quiénes habíamos visto también con sus proyectos
solistas, siendo responsables además de crear e impulsar esta iniciativa, tuvo
bastante peso en nuestra decisión de asistir al evento, sin descartar por
supuesto la participación a distancia de músicos extranjeros.
A ellos se sumó también la
presencia del también zuliano FCKM4C (Marlon Medina) y de Ricardo Teruel, muy conocido
este último en el ámbito de la música académica contemporánea.
Washé inauguró la muestra
con un performance dónde fusionó – como ya es costumbre- timbres electrónicos
atonales con sonidos étnicos venezolanos, añadiendo para esta ocasión el uso no
convencional del gong asiático. El complemento visual de imágenes aéreas nos
hizo, literalmente, volar.
Fue junto a Ricardo Teruel
(el tercer músico nacional en presentarse) parte de las planteamientos más
experimentales del recital.
En el caso de Teruel hubo
algunos problemas técnicos que dificultaron su presentación. Una vez
solventados, pudimos escuchar dos composiciones vanguardistas, en las cuales se
incluyeron muestras sonoras (reproducidas electrónicamente) de objetos sonoros construidos
por el mismo, además de sonidos de voces. Todo eso complementado con visuales
también de su propia autoría, los cuales fueron creados mediante software
libre.
FCKM4C y Frontierizo, por
otro lado, mostraron alternativas a medio camino entre el baile y la
vanguardia, en un estilo que podríamos catalogar como IDM (Intelligent Dance
Music) con tintes étnicos, elemento este último más usual en las composiciones de
Frontierizo, quién explota más este recurso al añadir percusión en vivo, samples de instrumentos étnicos wayúu,
cuatro venezolano y el uso de una máscara asociada con los diablos de Yare.
En cuanto FCKM4C, éste incorporó
también el cuatro, aunque su propuesta contiene elementos más orientados al
rock, tales como las texturas atmosféricas de guitarra. En este caso hay más
relación con géneros como el krautrock que, por ejemplo, con el heavy metal.
Ambos proyectos funcionan muy bien en distintos contextos. Se prestan para la
escucha tranquila en una sala de conciertos, pero también podrían sonar sin
problemas en una fiesta rave.
Desde
afuera
La representación
extranjera, proveniente de Alemania y Estonia, no contó con espectáculos en
vivo. Pese a ello, el material proyectado fue realizado exclusivamente para el
festival, con visuales abstractos bastante trabajados y muy bien sincronizados con
la música.
Daniel Brandt, desde tierras
germánicas, nos envió una improvisación híbrida con tintes jazzísticos, donde fue
acompañado, a la distancia, por un trombonista, mientras ejecutaba instrumentos
electrónicos (incluyendo percusión) desde su habitación.
Visualmente se alternaba con imágenes más pictóricas, con pigmentos de colores mezclándose. El resultado sonoro es similar al de la agrupación Brandt, Brauer & Frick, en la cual Daniel está incluído, y se aleja un poco de Tangerine Dream, la histórica banda en donde el músico teutón también milita.
De la agrupación Brandt,
Brauer and Frick también escuchamos a Paul Frick, quién nos saludó desde
tierras alemanas y envió un material más orientado a géneros como el techno sin
perder, por supuesto, la orientación al riesgo.
Robert Jürjenland, compositor
estonio discípulo de Robert Fripp, envió la propuesta más ambient de la velada,
cumpliendo a cabalidad el concepto de Brian Eno de crear una música apenas
cambiante que se asemejara más a una pintura que a una obra de teatro, siendo
concebida más como paisaje que como narración. Algo muy en la onda del filme Empire
State (Warhol, 1964) una pieza que no fue creada para su observación pasiva
sino para servir de fondo a la audiencia, aunque por supuesto, con el
ingrediente sónico y con imágenes menos estáticas.
En conjunto, desde un punto
de vista general, se puede decir que el festival FERNE ha estado cumpliendo la
titánica labor de mostrar otro tipo de música menos comercial en tiempos de
pandemia y crisis política/económica, sin hacer concesiones a fórmulas
predecibles. Lo logra además con un montaje de calidad, tanto en la parte
visual como en la auditiva, algo muy de agradecer en época de covid, trap y
perestroika bananera. Esperamos sinceramente que la labor sea constante y el
evento se convierta en tradición en los años posteriores.
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