miércoles, 25 de mayo de 2022

FERNE 2022: Entre el sonido y la imagen.

 



El pasado 22 de mayo Caracas fue testigo de la tercera edición de este festival emergente dónde lo visual es tan importante como lo musical.

Fotos: Mérida Marquina

Luego de dos ediciones, con una primera presentación totalmente virtual y otra presencial en la occidental Maracaibo, teníamos muy altas expectativas respecto a la tercera entrega del Festival FERNE.  

En esta ocasión la cita sería en Caracas, en el Centro de Arte Los Galpones, y presentaría un cartel lleno de propuestas innovadoras, incluyendo unas cuantas de factura internacional.

En el caso de Venezuela, ya estábamos familiarizados con los trabajos de Washé (Carlos Conde) y Frontierizo (Enrique Rincón), a quiénes conocimos hace algunos años por su trabajo con EtnoE3 (Etno-eclectic trío) junto a Miguel Noya.

El nombre de estos músicos marabinos, a quiénes habíamos visto también con sus proyectos solistas, siendo responsables además de crear e impulsar esta iniciativa, tuvo bastante peso en nuestra decisión de asistir al evento, sin descartar por supuesto la participación a distancia de músicos extranjeros.

A ellos se sumó también la presencia del también zuliano FCKM4C (Marlon Medina) y de Ricardo Teruel, muy conocido este último en el ámbito de la música académica contemporánea.

Washé inauguró la muestra con un performance dónde fusionó – como ya es costumbre- timbres electrónicos atonales con sonidos étnicos venezolanos, añadiendo para esta ocasión el uso no convencional del gong asiático. El complemento visual de imágenes aéreas nos hizo, literalmente, volar.

Fue junto a Ricardo Teruel (el tercer músico nacional en presentarse) parte de las planteamientos más experimentales del recital.


En el caso de Teruel hubo algunos problemas técnicos que dificultaron su presentación. Una vez solventados, pudimos escuchar dos composiciones vanguardistas, en las cuales se incluyeron muestras sonoras (reproducidas electrónicamente) de objetos sonoros construidos por el mismo, además de sonidos de voces. Todo eso complementado con visuales también de su propia autoría, los cuales fueron creados mediante software libre.

FCKM4C y Frontierizo, por otro lado, mostraron alternativas a medio camino entre el baile y la vanguardia, en un estilo que podríamos catalogar como IDM (Intelligent Dance Music) con tintes étnicos, elemento este último más usual en las composiciones de Frontierizo, quién explota más este recurso al añadir percusión en vivo, samples de instrumentos étnicos wayúu, cuatro venezolano y el uso de una máscara asociada con los diablos de Yare.

En cuanto FCKM4C, éste incorporó también el cuatro, aunque su propuesta contiene elementos más orientados al rock, tales como las texturas atmosféricas de guitarra. En este caso hay más relación con géneros como el krautrock que, por ejemplo, con el heavy metal. Ambos proyectos funcionan muy bien en distintos contextos. Se prestan para la escucha tranquila en una sala de conciertos, pero también podrían sonar sin problemas en una fiesta rave.



Desde afuera

La representación extranjera, proveniente de Alemania y Estonia, no contó con espectáculos en vivo. Pese a ello, el material proyectado fue realizado exclusivamente para el festival, con visuales abstractos bastante trabajados y muy bien sincronizados con la música.

Daniel Brandt, desde tierras germánicas, nos envió una improvisación híbrida con tintes jazzísticos, donde fue acompañado, a la distancia, por un trombonista, mientras ejecutaba instrumentos electrónicos (incluyendo percusión) desde su habitación.

Visualmente se alternaba con imágenes más pictóricas, con pigmentos de colores mezclándose. El resultado sonoro es similar al de la agrupación Brandt, Brauer & Frick, en la cual Daniel está incluído, y se aleja un poco de Tangerine Dream, la histórica banda en donde el músico teutón también milita.

De la agrupación Brandt, Brauer and Frick también escuchamos a Paul Frick, quién nos saludó desde tierras alemanas y envió un material más orientado a géneros como el techno sin perder, por supuesto, la orientación al riesgo.

Robert Jürjenland, compositor estonio discípulo de Robert Fripp, envió la propuesta más ambient de la velada, cumpliendo a cabalidad el concepto de Brian Eno de crear una música apenas cambiante que se asemejara más a una pintura que a una obra de teatro, siendo concebida más como paisaje que como narración. Algo muy en la onda del filme Empire State (Warhol, 1964) una pieza que no fue creada para su observación pasiva sino para servir de fondo a la audiencia, aunque por supuesto, con el ingrediente sónico y con imágenes menos estáticas.

En conjunto, desde un punto de vista general, se puede decir que el festival FERNE ha estado cumpliendo la titánica labor de mostrar otro tipo de música menos comercial en tiempos de pandemia y crisis política/económica, sin hacer concesiones a fórmulas predecibles. Lo logra además con un montaje de calidad, tanto en la parte visual como en la auditiva, algo muy de agradecer en época de covid, trap y perestroika bananera. Esperamos sinceramente que la labor sea constante y el evento se convierta en tradición en los años posteriores.

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