La agrupación caraqueña presentó el primer montaje de su ciclo, Residuos Visuales, en los cuáles música y cine de vanguardia se fusionan con otras artes. Tutmonda Radio estuvo allí el pasado 22 de febrero.
por Ernesto Soltero
fotos: Sainma Rada (Escombros Sonoros)
Teníamos muy buenas expectativas acerca de este evento. Previamente, habíamos presenciado dos
montajes del colectivo Teatros Automáticos, en los cuáles se sintetizaban
elementos de distintas artes, siempre con el predominio de la música experimental.
Para esta ocasión, la agrupación trabajaría en alianza con la
sala de proyección Cine Celarg 3, caracterizada por proyectar
películas extranjeras - o de autor - poco convencionales. Todo esto resultaba
atractivo para un medio como el nuestro, promotor no sólo de la música, sino
también de la diversidad cultural.
Es importante recalcar que si bien, Teatros Automáticos se ha
centrado desde el año pasado en el ciclo Escombros Sonoros, sus comienzos están ligados a
intervenciones sonoras sobre clásicos del 7mo arte. En aquéllos espectáculos
alternativos de sus comienzos fusionaron el performance y la improvisación
musical con proyecciones cinematográficas. De alguna manera, esta nueva
experiencia titulada Residuos Visuales
retomaba los orígenes de esta agrupación artística.
Lo primero que notamos al comenzar la presentación es que no
sólo veríamos películas (o fragmentos de las mismas) complementadas con la
espontaneidad de un jamming sonoro. Se agregaron, como
ya es costumbre, componentes extra como la poesía o el arte corporal.
Adicionalmente, los espectadores tuvieron que integrarse, quisieran o no, a un montaje escénico en el cual se rompió la barrera entre artistas y audiencia, jugando no sólo con la imagen y el sonido, sino también con la oscuridad y el silencio.
Adicionalmente, los espectadores tuvieron que integrarse, quisieran o no, a un montaje escénico en el cual se rompió la barrera entre artistas y audiencia, jugando no sólo con la imagen y el sonido, sino también con la oscuridad y el silencio.
Respecto al público, era inevitable pensar en las
características del mismo: gente muy variopinta, de distintas tendencias y
distintas edades. Particularmente llamó la atención un poco la asistencia de
adultos mayores, asiduos, seguramente, a visualizar filmes de Kubrick o de
Buñuel, pero ajenos a la música y a otras artes de vanguardia. Una audiencia
que se salía un poco de su zona de confort,
junto a músicos, actores o bailarinas que también se salían de su zona
de confort.
Al comienzo vimos imágenes manipuladas de la película Psycho (Psicósis) de Alfred Hitchcock,
mientras escuchábamos un cristalino arpegio de guitarra, ejecutado en vivo.
Fuimos recibidos por mujeres cubiertas de tela hasta el rostro, ubicadas
estratégicamente en diversos puntos de la sala, la cual, a oscuras, las hacía
ver espectrales. Sus voces, que parecían
provenir de ultratumba, recitaban poemas improvisados (inspirados en la
argentina Alejandra Pizarnik). Mientras tanto, alguien danzaba frente a la
pantalla.
No estábamos ahí sólo para contemplar una pared con cuadros
en movimiento. Nuestro rol, como espectadores, no era exactamente el de un
público pasivo.
De Hitchcock pasamos a cineastas más exóticos, distantes
tanto en lo geográfico como en lo temporal. Se mostraron fragmentos de cintas
de Japón, Francia, la antigua Checoslovaquia y hasta Mauritania, editados y
procesados, en una especie de “remix”
audiovisual, los cuáles, para efectos del montaje, fueron definidos como
“reapropiaciones”.
Todas esas piezas, pertenecientes originalmente a cineastas
como Godard, y a otros menos conocidos como Sissako, fueron adornadas con los
ruidos eléctricos y los sonidos sintéticos generados por audio-artistas como Ezequiel
Pizzani, Alvaro Partidas, Zigmunt Cedinsky o Job Tajha.
Al aporte de estos artistas sonoros debemos añadir también la
contribución de Cybele Peña (Corales), quien, con ayuda de sus teclas, aportó
algo más de música en el sentido tradicional de la palabra, pisando,
simultáneamente, terrenos tanto del pop como de la vanguardia sónica.
No podemos obviar la relevancia de un amplio equipo escénico,
entre los cuáles podemos destacar a la artista Anahís Monges (quién no sólo
hace performance, sino que es además responsable de la dirección general en
varias de las piezas) y el actor Rafael Jiménez, cuyas capacidades histriónicas
fácilmente pueden ser aprovechables para facetas como la música o el canto.
Destacable también la capacidad multidisciplinar dentro de un
equipo multidisciplinar. Parte de los integrantes de esta agrupación artística
no se encasillan en un rol específico, empezando por Zigmunt Cedinksy, quién,
siendo cineasta, se involucra también en áreas como el sonido o la dramaturgia.
Lo mismo podemos decir de Alvaro Partidas, cuya faceta de
artista audiovisual desconocíamos, y pudimos apreciar en su performance Todos estamos locos, basado en el filme
nipón Una página de locura, del
realizador Teinosuke Kinugasa. Incluso Cybele Peña, a quién ya nombramos, y
conocemos muy bien como artista musical,
participa también como artista de performace y re-creadora audiovisual.
Esta reseña, no obstante, puede quedar injustamente
incompleta si obviamos el aporte de otros miembros de Teatros Automáticos. Saima Rada, Sofia Meléndez e Inés Pérez-Wilke
también aportan lo suyo dentro del arte corporal. En cuanto al aspecto
audiovisual, están las colaboraciones de Daniela Alfonsina, así como
personalidades foráneas que integran también este colectivo, tales como Teo
McQuinn (Argentina), Edmundo Reis (Brasil) y Eva Sinclair (EE.UU).
Tomando en cuenta que esta primera experiencia en el CELARG
fue exitosa en cuánto convocatoria, esperamos vuelva a repetirse. Nosotros,
como siempre, estaremos haciendo lo posible por divulgar información sobre cualquiera
de las próximas presentaciones.
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